Ayer después de cinco años volví a jugar al ajedrez en el Birdland, un bar de Salamanca situado en el comienzo de Gran Vía, al lado de la Plaza de España.
Después de haber divagado sobre nuestras vidas, María y yo terminamos sumergidas en una partida que ninguna de las dos sabía muy bien como ganar.
Pero quién ha dicho que los juegos de intelectuales no sirven para conocer gente?
Nuestras desabenencias sobre ciertos movimientos no muy convencionales llamaron la atención de un muchacho que resultó llamarse Vicente. Un chico muy inteligente y que resultó ser muy majo, por cierto.
La partida al final quedó en tablas, con mi rey y el de María sobre el tablero, gracias a un discuido mio a última hora.
La verdad es que lo pasé muy bien y fue una de las mejores tardes que he pasado. Espero pasar más tardes como esta en el poco tiempo que me queda en esta ciudad.