Ya hace más de un mes que no actualizo esto, pero es lo que tiene llegar a casa y esperar a que a tu padre le dé por contratar internet de una vez por todas. Y luego claro está esperar a que a los de telefónica les de la gana de mandártelo. Bueno en este larguísimo mes pues ha pasadado de todo y la verdad que, quitando las noches de borrachera en las que mi querido amigo Ricardo y yo no nos tirabamos los trastos a la cabeza, se puede decir que el descenso a las más profundas depresiones ha sido vertiginoso cuando menos. La cosa empezó cuando regresé a una ciudad en la que nada me es extraño pero de repente todo se convertía en eso, algo extraño. Quizá saber que me esperan al menos dos largos años aquí era lo que me hacía sentir mi estancia en Burgos de otra forma. Y luego vino el supernotición que remató la jugada: Aquel chico que una vez fue mi amigo y que me arrebató lo que más quería e hizo sufrir a quien yo más amaba tenía esclerosis múltiple. Y como se ríe el destino de uno: Tantas noches deseando que le pasase algo (fruto de la rabia, no del corazón) para que cuando esa "justicia divina", que tantos me dijeron que llegaría, estendió su mano yo me diese cuenta de que no le odiaba, que no le guardaba ningun rencor, que en el fondo nunca había olvidado aquellos largos momentos divagando sobre la inmortalidad del cangrejo. Y demasiado tarde vuelvo a saludarle por la calle, a hablar con él y a compartir largas partidas al Risk del Señor de los Anillos. Pero la cosa no quedaba ahí y se fueron juntando ochomil historias de "miedo" que ahora no tengo demasiado tiempo ni animo de contar, pero que una ligera luz en el horizonte del futuro puede hacer desaparecer. Por lo demás sigo buscando curro, intentando estudiar esas pocas asignaturas que me quedan para terminar la carrera y buscando la forma para olvidar todas esas cosas que hacen que todo parezca extraño.